El balance de la campaña segun el punto de vista de Sergio Avendaño Diario Jornada
Lunes 16 de
julio
Diario Jornada
Brown: estuvo
tan cerca, sigue estando tan lejos…
Tempesta unió a un plantel desunido. Así clasificaron cuando nadie,
absolutamente, lo creía posible. Bajaron a históricos del interior y lograron el
título. Hasta que “lo pararon” un mes. Y la “Banda” no volvió a tocar.
La clásica mirada al vaso al que le pusieron agua hasta la mitad. Así se mira,
siempre, un partido de fútbol o se mide una campaña en un país futbolero como el
nuestro. Y como somos extremistas sin una cuota de equilibrio –con los
periodistas deportivos como abanderados- la conclusión la sacamos de acuerdo al
resultado obtenido. Quizás no está mal. Quizás. Somos así y ya no tenemos cura.
Mencionamos con total soltura y liviandad la frase “un gol de otro partido”
como, sobre el mismo protagonista, “ése delantero es un buen defensor” y ahí
nomás, sin ponernos colorados, pasamos a expresar (o escribir) “una terrible
tapada del arquero” a “el uno salió a cazar moscas, es impresentable”.
Incorregibles. Todos.
Por eso el final sin gloria de Brown llevó a que muchos fácilmente se dieran
vuelta o se olvidaran de los magníficos momentos que nos hizo experimentar el
viejo Almirante.
Como una moneda, otra vez, pasamos de tener a “jugadores de jerarquía, a los que
les sobran huevos” y “ser un muy buen equipo con destacadas individualidades”, a
“son unos amargos, pechos fríos” o “no tenían nivel para ascender de nivel”.
Quien no se sienta identificado que tire la primera piedra…
Prohibido olvidar
Osvaldo Darío Tempesta llegó para cumplir su segundo ciclo al frente del elenco
portuario y se encontró con un equipo que no jugaba en equipo. Estaban al borde
del precipicio. Las posiciones, los números lo ubicaban como el más flojo
plantel que Brown había presentado desde que compite en el tercer escalafón del
fútbol nacional. Y salvo algún milagro, porque dependía no solamente de
resultados propios, podía pensar en jugar la etapa de definiciones del certamen.
Jamás olvidaré algunas declaraciones pos-partido de algunos jugadores cuando,
tras empatar en casa y jugando nuevamente mal, dijeron cosas que habitualmente y
amparados en los “famosos códigos del fútbol” (fabulosa frase hecha que se
utiliza como excusa cuando quieren que otro u otros digan lo que el citado
jugador también piensa y/o siente), mencionan que se “de eso solo se habla en el
vestuario, puertas adentro”. Mediáticos, públicos o tribuneros, los reproches e
indirectas retumbaron en mi grabador. Estaba todo mal. Al día siguiente la
explosión se hizo sentir aún más: un jugador del plantel pegó el portazo y no
apareció más por el “Conti”.
Así estaba el querido Guillermo. Naufragando. Huracanes y un mar bravío debía
encarar Tempesta como capitán del barco y además ordenar a un tripulación
desordenada.
Y algo ocurrió. Con qué estímulo o qué artilugio altamente productivo, por lo
que se vio luego, conquistó y unió al reducido plantel Tempesta, no lo sé. Si lo
supiera, lo diría. Porque más allá de un saludo en algún hotel en algún rincón
del país, concentración, nota realizada antes o después de un encuentro o
entrenamiento, no dialogué extensamente con el siempre simple y amable Osvaldo.
Al menos así se mostró conmigo, en todos lados.
Brown pasó de pensar en quiénes se quedaban y quiénes se iban (o los iban) de
cara a la próxima temporada (sí, por aquel entonces ya era vox pópuli la
conocida “limpieza” que se venía) a cobrar un inusitado protagonismo. Además de
ganar y comenzar a recuperar, se le daban los otros guarismos.
Me animo a desafiar a cualquier jugador, en serio: estoy seguro que ni aún el
más optimista de los muchachos creía que tres meses después iba a estar peleando
por el ascenso directo. Como siempre, cuando se pasa de “ser los peores o unos
muertos” a “son unos fenómenos o excelentes jugadores”, los mismos jugadores,
también, son los que se agrandan y afirman a quienes quieran oírlos aquello de
que “solo nosotros confiábamos en este equipo”. Otra frase hecha. Y que esta
vez, reitero, me resulta poco creíble.
¡Ah! el jugador que me diga lo contrario –que siempre creyó en que el milagro
era posible y bla, bla, bla- iré con un detector de mentiras y un protector
antiexplosivos, por las dudas de que este estalle ante tanto sonido que emita….
La pelota gira y da vueltas, muchas
Estimulado por la resurrección, Brown fue una tromba en la rectas final de la
fase clasificatoria. Jugaba igual afuera que adentro. Y sumaba, ya sea ganando
en casa como de visitante o al menos no perdiendo afuera. Y los demás le daban,
sin proponérselo, una manito.
Otro punto importante a tener en cuenta: este plantel, este Brown, no tenía en
los papeles, en la previa, la riqueza individual de otros planteles. Jugador por
jugador, en otros torneos parecía mejor reforzado. Pero como el fútbol es un
juego de equipo, este plantel, este Brown, se apoyó en el grupo (vital en
cualquier ámbito de la vida para establecer la base de un futuro éxito), creyó
en el equipo antes que en los nombres u hombres, como lo venía haciendo previo a
Tempesta y, comenzó a crecer en todo sentido.
Podrá objetársele al DT platense lineamientos tácticos. Cosas como “¿Por qué no
posicionarlos más ofensivamente como local, lo que podría ser un 4-3-1-2, y
respetar solamente afuera aquel rígido e inamovible 4-4-2?”. Como si un dibujo
táctico reflejara las ambiciones de un técnico o sus dirigidos. No por tener
muchos delanteros en la cancha se ataca mejor, dicen. Y es cierto.
Pero como Brown ganaba, subía en las posiciones y era protagonista cuando antes
tan solo oficiaba de actor de reparto nadie decía nada. Tempesta pasaba a ser lo
mejor que le había pasado a Brown. Así somos.
Y el milagro se produjo, apenas, arañando, casi pidiendo permiso, pero
clasificó. Entró.
Como la campaña había sido pobre más allá del resultado final, le tocaba en todo
lo que se le venía –en caso de seguir pasando de fase- definir fuera de casa.
Encima o para colmo el primer duelo era nada más y nada menos que el “cuco”
tucumano de Atlético.
También “ligaba”
La “banda”, desde aquel primer duelo ante los afamados norteños, comenzó a
experimentar –y con ella todos los que estábamos en la cancha- “la suerte” que
muchas veces acompaña a un equipo campeón. Tan vital, en varias ocasiones, como
lo de tener un buen equipo o mejores individualidades. Y Brown comenzó a
“ligar”, siempre, apenas iniciado el juego –los primeros diez o quince minutos-
y sobre el final.
En todos los partidos, desde ahí y más que nada como anfitrión, comenzaba siendo
ampliamente dominado y pasando serios sofocones. Hasta incluso le hacían el
también clásico “gol desde el vestuario” (otra frase hecha que utilizamos los
periodistas para liberarnos de un comentario amplio).
Pero Don Guillermo se reponía y hasta terminaba ganando sólido y ampliamente,
aunque siempre con gol sobre el límite de lo reglamentario o con el tiempo
excedido.
En Tucumán también lo experimentó, hasta sumándole un penal atajado por Luque
que, de no haber sido así éste comentario, estimado lector no estaría es sus
manos.
Eliminado uno de los “pesados” (el placer por el ruido que hacen al caer es aún
más grande) llegó otro igual o más “poderoso” que Atlético: Racing de Córdoba.
Y otra vez la misma película o con otro nuevo final feliz pero distinto. Gol
sobre la hora acá para ir más tranquilos allá. Pésimo inicio en la revancha pero
demostrando una tremenda personalidad y coraje después para levantar y liquidar
con altura un partido “chivo”.
Atrás quedaba otro adversario de fuste. Un serio candidato, por historia
institucional, deportiva y convocatoria. Además, Brown esta vez lo dejaba afuera
con baile incluido. Hasta que llegó la finalísima de la final pero del
campeonato y no del ascenso.
No quiero olvidarme de otro punto demasiado importante de cara a lo que estaba
en juego y a lo que vendría: el plantel browniano era el más exiguo de todos.
Apenas si llegaban a los veinte profesionales. Por eso las lesiones,
suspensiones, viajes, distancias, presupuesto, comenzaban a hacerse sentir.
El rival por el título que ridículamente no otorgaba el ascenso directo era el
menos pensado. Como Brown hacía un par de meses atrás, nadie tenía a Rivadavia
de Lincoln en el juego decisivo. Acá se imponía otra verdad a medias que tiene
el fútbol: en la cancha son once contra once.
Como se trató de dos planteles y clubes que habían llegado a dicha posición
exponiendo tan solo armas futbolísticas, el título y vuelta olímpica quedó en
manos del “equipo que tenía entre sus integrantes un par de buenas
individualidades”.
Festejo, algarabía, la pesadilla había quedado atrás y el sueño-ilusión era
posible…
Poder tienen todos, el peso hace la diferencia
Envalentonado. Furioso. Hambriento de gloria. Agrandado. Incontenible.
Avasallante. Así estaba el Almirante antes de los cruces que se venían con
Desamparados de San Juan. Éste, por su parte, no era aquel de la primera parte
del certamen. Además, por primera vez en el ida y vuelta, le tocaba definir en
casa. Ante su gente. En el terreno invulnerable, donde todos caían rendidos.
El cotillón estaba pedido. Los estadistas pedíamos ayuda para engrosar un
“suple” especial en homenaje al campeón y ascendido que se veía venir. Las
apuestas a lo largo y ancho del país futbolero sumergido en el Argentino A daban
ampliamente vencedor a los Tempesta-boys.
Pero como la felicidad nunca es completa y menos en la vida de los pobres, Brown
recibió –y no tengo dudas de esto- el mazazo que lo perjudicó teniendo ya por
estas horas cómo finalizó la historia. Le cortaron el envión. Lo frenaron
abruptamente. Sicológicamente le hicieron la cabeza. Físicamente se prepara para
jugar sin saber cuándo, dónde ni contra quién. El mamarracho federal estaba
digitado por consejo de Independiente Rivadavia de Mendoza. Sospechas,
denuncias, voces e imágenes dudosas presentadas por los “inocentes” de la
historieta en contra de los “culpables” de la tediosa película.
Brown, bien lejos de los escritorios y contactos por no tener “poder de peso”,
miraba y no entendía nada. Una semana. Dos. Tres. Había jugado el domingo 3 de
junio en Lincoln, volvió al ruedo ante los mendocinos (la víctima perjudicada
por un supuesto arreglo y beneficiada por el CF), el 1 de julio.
Si el jugador individualmente siempre reclama continuidad, grupalmente a Brown
se la habían cortado. Serruchado. Pagó los platos rotos. Y ya nada fue lo mismo.
A Independiente le ganó en Puerto Madryn sobre la hora y jugando mal. Encima,
por la mínima diferencia.
Brown sintió, se notó perfectamente, la inactividad. Además, su rival, en ése
mes de parate, se había vuelto a juntar, estando varios de sus jugadores de
vacaciones. Reafirmando conceptos tácticos un tanto olvidados por el paso del
tiempo y respaldados en la notable experiencia de algunas de sus figuras,
hicieron el resto.
Y como aunque no los veamos “ellos” siempre están, entraron en juego diversos
factores. Propios y extraños.
En Mendoza la “Banda” tocaba, nuevamente, una sinfonía en concordancia a lo que
había mostrado, más que nada, ante cordobeses y linqueños. Tenía todo
controlado.
“La Lepra”, el estadio era un polvorín. Pero Walter Aciar –uno de los pocos de
la casa- no entendió aquello de que hay árbitro y árbitros. Más, porque en tales
instancias ya no vale aquello de que “en la cancha somos once contra once”. Si
bien el rubio volante hace de su tarea el juego casi al límite, pecó de inocente
cometiendo una falta más que no tenía que cometer y dejó a sus compañeros sin su
vital presencia. Principio del fin.
Independiente se le vino encima y llegó a los penales, respaldados por un juez
que –sin exageraciones o pitadas visibles- lo encerró en su campo.
Desde los doce pasos todo puede pasar. La justicia fue injusta. Pasó el que
tenía que pasar pero no por razones pura y exclusivamente futbolísticas.
Herido en el alma y a la hora de conformar el equipo, Brown tuvo que vérselas
con Ben Hur, el que quería quedarse en la B. Y que si bien tuvo igual o más
parado que Brown, llegó fresco, armadito a la final. Los rafaelinos ganaron en
Madryn. Todo mal.
En la revancha, en este caso un línea, no vio lo que todo el mundo vio y no
cobró un claro penal a favor de la visita. Luego, sobre llovido mojado, ese
mismo asistente hizo expulsar a Ruíz y Aciar, después, otra vez se hizo
expulsar.
Jugado, al borde del nocaut, Brown a continuación se comió tres y pudieron ser
más…
Memoria y balance: aprobado
Se podrá objetar las visibles falencias técnicas de algún u otro defensor, como
también la ilimitada vehemencia de algunos volantes, penalizadas por un árbitro
de la B Nacional siempre con mayor rigurosidad, pero no se podrá reprochar jamás
que no hubo derroche de coraje, bravura y personalidad. En definitiva, esos
mismos hombres y nombres, con virtudes y defectos a cuesta, bajaron a Atlético
en Tucumán, a Racing en Córdoba, tuvieron grogui a Independiente en Mendoza y le
transmitieron dudas a Ben Hur en Rafaela. También faltó presición en los
penales, pero como equipo a Brown le sobró categoría. Siendo once contra once,
nadie fue abismalmente superior a la “Banda”.
Finalmente se quedó sin el pan y sin la torta. Todo mal cuando parecía que iba a
terminar todo bien.
El objetivo que estaba tan lejos en un momento y tan cerca después, se había
escapado como nunca antes. El futuro dirá qué tan cerca se estará de otra chance
igual.
Brown, con juego de equipo y un par de excelentes individualidades, llegó hasta
donde NADIE creía que podía llegar.
Por momentos ratificó aquello de que “los de afuera son de palo” y liquidó a
rivales emblemáticos del interior argentino. En otros, vivió y sufrió en carne
propia aquello de que “alguna situaciones o partidos comienzan a ganarse en los
escritorios”.
Brown tuvo el poder de su fútbol. Y se lo reconoce y reconocerá en todos lados,
a lo largo y a lo ancho del país futbolero, por esto. Lástima que, por estos
tiempos, con eso solo no alcanza.
En el orden federal, en el consejo parece ser que también hay que tener mucho
peso para tener más poder…
No todo está perdido. Por suerte. Brown estuvo tan cerca en lo futbolístico pero
a la vez tan lejos en otros aspectos.#